Jesús salió al monte de los Olivos con sus discípulos. Los animó a orar para que no fueran puestos a prueba. Jesús luego fue más lejos y oró al Padre, haciéndole saber que, aunque no quería sufrir, haría la voluntad del Señor. A través de su oración, Jesús entró en una batalla espiritual, orando con tanta sinceridad que su sudor caía sobre el grupo como gotas de sangre. Un ángel vino del cielo para ayudarlo. Cuando volvió con ellos, estaban dormidos.